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viernes, 11 de noviembre de 2011

“El superhéroe”, historia de humor sobre la importancia de un buen apoyo.

Pedro es un chico normal, aparentemente. Desde hace unos días ha descubierto unas características especiales, algo así como unos poderes.
Sospechaba desde hace tiempo, pues se venían sucediendo “señales” que uno mismo va negando hasta que, por evidentes, acaban aplastando a la razón.
Y hablando de aplastar, una de esas señales fue un gran aplastamiento.
Pedro venía de trabajar en su moto, un scooter muy práctico y manejable, cuando un atasco le obligó a detenerse entre dos coches.
Mientras pensaba en sus cosas notó que comenzaba a moverse el río de coches. Justamente cuando iba a poner en marcha su moto, la rueda de un coche lenta y poderosa, dominante, pasó por encima del pie derecho de Pedro, la rueda machacaba el metatarso como un rodillo que prepara la masa de una pizza.
Afortunadamente, Pedro no utilizó el acelerador de su moto, algo tentador como sistema de huida, porque de haber sido así, la moto hubiera salido disparada buscando ella misma la vía de escape de una situación un tanto incómoda, pero Pedro no hubiera podido acompañarla, pues la rueda de un coche no atiende a razones, por muy sensibles que nos parezcan a nosotros, y el zapato que contenía unos metatarsos aparentemente del grosor de un din-A4, sin duda tenía la decisión tomada: no se movería de debajo de la rueda.
Hasta aquí parece que llega la situación de máximo estrés hasta que Pedro nota que el coche se ha parado. ¡Vaya! El atasco es importante. Y el coche apenas ha rodado lo suficiente como para encontrarse cómodo en su nueva superficie de apoyo y detenerse. Pedro no parece compartir esa comodidad, y entre perplejo y aterrorizado hace señas compulsivamente a un conductor despistado acostumbrado a manejarse entre los desarreglos del asfalto de la gran ciudad.
Los aspavientos y los gritos de Pedro no atraviesan las modernas ventanillas que mantienen la climatización del habitáculo interior del coche, ni llegan a unos oídos llenos de ondas provenientes de un potente equipo de música.
Sí llegan a los conductores de alrededor que se llevan las manos a la cabeza y crean una sinfonía de bocinazos intentando alertar al conductor despistado. Como si quisieran alertar a un elefante que está pisando una hormiga. La misma respuesta. El elefante barita y el conductor hace sonar la bocina dejándose contagiar por la pasión de formar parte de la gran sinfonía, incluso puede que haga el típico movimiento de director de orquesta, aunque Pedro no puede asegurarlo, pues unas lagrimillas emborronan su visión.
Pero por fin el coche vuelve a moverse, y el que no se atreve a hacerlo es Pedro, ni siquiera a mirar hacia donde él supone que debe estar lo que era su pie. Amante de los comics, en su cabeza se ha formado una imagen clara de su pie integrado por debajo del nivel del asfalto. Es una imagen optimista, es verdad, en la pesimista no hay pie.
Los coches que venían por detrás se han detenido y algunos conductores salen de sus autos sin saber muy bien para qué, y aunque llevan con ellos la intención de ayudar, los gritos y exclamaciones no resultan demasiado tranquilizadores para Pedro, que sin embargo agradece la intención y, al fin y al cabo, ante la presencia inmediata de un desmayo, alguien podrá sujetarle la moto.
En ese mismo instante, los dedos del pie emergente se mueven como gusanos de seda serpenteando en una hoja de morera, ¡Libres! ¡Sanos! El movimiento se expande y llega al metatarso y al tobillo ¡También sanos!
La sonrisa y la sorpresa de Pedro son simultáneas, como lo son las recomendaciones de los sanitarios espontáneos:
-¡Échate al suelo!
-¡No te muevas!
-¡Tranquilízate!
“Estoy tranquilo”,” puedo moverme”, “no me pienso echar al suelo”, “¿cómo es posible que tenga el pie entero?”, “¿me abatirán si no me echo al suelo?”. Se amontonan los pensamientos, desplazándose unos a otros compitiendo a la hora de sentirse importantes en la mente de Pedro.
-Estoy… bien.- dice, cuando por fin su mente y su lengua consiguen ponerse de acuerdo.-Estoy bien, gracias- repite tratando de evitar convertirse en el balón de una melé de rugby.
Rápidamente, Pedro se sube a su scooter y se marcha. Los conductores que salieron en su ayuda comentan extrañados la locura preguntándose de qué causa pendiente con la justicia huye este hombre tullido. Y Pedro, que está perfectamente, al menos de su pie, continúa conmocionado por el acontecimiento que se le ha revelado, fascinado por el descubrimiento:
-“Un pie bien apoyado, es capaz de soportar una gran carga.”



Cuento autobiográfico, que nos ayuda a tener presente la importancia de un buen apoyo, un pie, un amig@, un profesional.
Elías

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